lunes, 15 de mayo de 2017

Un aroma. un recuerdo.

El mecanismo de almacenamiento en
nuestra memoria se potencia con la emoción,
con los sentidos.




Es curioso ver cómo puede volver a nosotros un recuerdo por el simple hecho de percibir un aroma.
Son las cuatro de la tarde, vuelvo en coche de recoger a los niños del colegio. El calor y la suave brisa hacen que me llegue el aroma del tomillo silvestre que crece a ambos lados de la carretera.

Los recuerdos iluminan mi mente: el verano, hace años. El campo dorado. Adornar con flores naturales los sombreros de paja como única concesión al estilo. Largas mañanas de lectura. El zumbido de las abejas. El calor. La paella blanca, porque así se resuelven las cosas cuando en la última bajada al pueblo, lejano, se nos olvidó comprar azafrán.

La siesta. Contar cuántas veces suena el cri-cri del grillo en un determinado tiempo. Esperar a que caiga el sol para poder dar un largo paseo. La luz que se esconde tras los montes. La paz. Cenar tomates que sabían a tomates. Suena ópera en el viejo tocadiscos. Tumbarnos en la hierba a ver un millón de estrellas que nos guiñan desde el cielo.
Contamos historias.

Se nos ocurre fumar un cigarro. No queda tabaco. Mi madre y mi hermana deciden coger hojas de tomillo y romero. Las liamos en papel de arroz del que la Mamma, que es fotógrafa, usa para limpiar las lentes de la cámara. Les digo que a ver si nos mareamos. Me dicen que son plantas medicinales y nos reímos, imaginándonos historias ficticias de momentos psicodélicos.

Ese olor a hierbas recién cogidas para ese cigarrito compartido entre risas.
Ese olor.
El mismo que entra ahora por la ventanilla del coche. El que me ha traído dulces recuerdos de aquellos veranos.

Pequeños grandes momentos que van dando puntadas en el tejido
del que está hecha la Vida.

Muchas gracias por leerme, comentar y compartir.
Besos,
Sofía.

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