miércoles, 8 de febrero de 2017

El Acebuchal. Qué ver en la Axarquía.


Las historias  de sueños cumplidos tienen un atractivo especial. Nos hacen ver que es posible lograr todo aquello que nos propongamos, todo aquello que en principio solo era una idea en nuestra mente.

Una de estas historias es la de El Acebuchal, un pueblo situado en la Axarquía, comarca de la provincia de Málaga de la que sabéis que soy una apasionada.


El Acebuchal, desde el sendero por el que llegamos caminando


En el año 1949, los 200 habitantes de este pequeño pueblo fueron desalojados por motivos políticos de la época. Se fueron una noche, con lo puesto, a buscar otros lugares en los que reubicarse. La mayoría de ellos lo hicieron en Frigiliana, el pueblo más cercano.
Con el paso del tiempo, este enclave situado en la ruta de arrieros que comerciaban entra las provincias de Granada y Málaga fue deteriorándose por el abandono y  por la construcción de carreteras que hicieron que estas sendas cayeran en desuso. 
De las casas del pueblo solo quedaron los muros y escombros.
El pueblo, totalmente deshabitado, era el lugar al que solía ir un matrimonio, descendientes de las familias desalojadas, a pasar los domingos. Ambos habían crecido oyendo historias de El Acebuchal que les contaban sus familiares. Siempre decían que algún día reconstruirían el pueblo y se irían a vivir allí.
Ahí nace el sueño.
En 1998 comienzan la reconstrucción del pueblo, con sus propias manos, siendo fieles a las fotos antiguas que tenían. Trajeron la luz al pueblo (lo que les costó 16 millones de pesetas, según nos cuenta su familia), hicieron las canalizaciones para la llegada del agua e instalaron una depuradora. Todas estas obras se hicieron a lo largo de muchos años, empezaron por las casas propiedad de sus familias y luego fueron comprando otras. El resultado son unas 36 viviendas, las mismas que había en 1949, reconstruidas con los escombros de las anteriores, con vigas de madera, piedra y cal, tal como fueron en su día.
Se cumplió el sueño!



Pasear por las calles de El Acebuchal es ver la esencia de la zona, con pequeñas casas de puertas de colores, como las que son famosas de Frigiliana o Cómpeta, calles estrechas con soportales, macetas multicolores en las fachadas...absolutamente encantador.
Las viviendas son en su mayoría alojamientos en alquiler para turismo rural.
Para los amantes de la naturaleza es un buen plan para pasar el día o un fin de semana. De hecho, para acceder al pueblo, es recomendable dejar el coche a unos dos kilómetros, en el punto en el que se ve el tótem de una de las fotos que acompañan a este post, y continuar a pie. El paseo es súper agradable, por un sendero de tierra entre pinos. El silencio es total, se respira aire puro y el aroma del romero acompaña durante todo el camino.

El tótem que nos indica dónde dejar el coche





Tras una vuelta por el pueblo, mi recomendación es comer en el Bar El Acebuchal, propiedad de la familia que reconstruyó el pueblo y en el que trabajan dos hijos y un sobrino del matrimonio que hizo posible este sueño.
A pesar de que fuimos en enero, comimos en una terraza al aire libre, en un día soleado típico de la zona.


La familia es encantadora, nos contestaron a todas las preguntas que les hicimos, nos enseñaron fotos y nos contaron cómo se había reconstruido todo paso a paso. Se nota en ellos la emoción, esa de la que siempre hablo para decir que es el motor que nos mueve a conseguir cualquier logro.
Nos contaron también que en el restaurante han querido rescatar guisos de la zona que no quieren que se pierdan. Lo hacen de maravilla. Para empezar, el pan es casero, hecho por ellos mismos. Lo comimos con aceite de la zona. Difícil parar! Tan rico, que compramos más para llevar a casa. De los platos, probamos (todos insuperables, de verdad, no es publicidad, ni ellos saben que iba a escribir estas líneas) el potaje de hinojo, las croquetas (probamos cinco variedades. Las de calabaza, espectaculares), el chorizo y la morcilla (de vicio) , el rabo de toro (de mojar pan) y de postre...tachán, tachán...tarta de queso mascarpone (la más buena que hemos probado hasta hoy) brownie y helados caseros de frutos del bosque, plátano y chocolate con menta. El resto de la carta, es de suponer que será igual de bueno.



Para llegar hasta allí, hay que tomar la carretera ( una de esas que yo llamo carreteras del cuéntame, porque están igual que hace 60 años) que va de Frigiliana a Torrox. A unos cinco kilómetros, hay un desvío a la derecha (con un cartel del bar) y se toma un carril. Al llegar al tótem que he mencionado antes, lo mejor es dejar el coche y contituar andando. Merece la pena el paseo y la visita al pueblo. Espero que algún día vayáis (si no habéis ido ya) y me contéis vuestra experiencia.


Todas las fotos de este post han sido tomadas por mí y poseo sus derechos de autor. Si quieres usar alguna, recuerda por favor hacer mención a estilosofismo y enlazar a este blog. Gracias!


Gracias por leerme, comentar (aquí, en twiter o Instagram) y compartir.

Besos,
Sofía

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